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La llave de Debod.

N ormalmente cuando camino por la calle siempre voy con la cabeza bien alta, herencia que me dejó mi querida abuela Gertrudis, para la familia Trudy, quién me decía: - Niña, hay que caminar siempre con la cabeza bien alta para dar impresión de persona fuerte y segura.      Ella vivió la guerra civil. Para ir al taller de costura  donde trabajaba, tenía que atravesar una calle en la que se encontraba el Cuartel de la Montaña. Los soldados solían estar sentados en la puerta y silbaban a toda la que pasaba. Nunca se atrevieron a decir nada a mi abuela. Era alta y esbelta, su pelo era de un negro profundo con reflejos azulados y sus ojos grandes y rasgados. ¡Vamos, toda una belleza! Pero su forma altiva de andar asustaba a cualquiera. Para ella era su coraza, con la cual impedía que nadie le hiciera daño.      Pero ese día no había comenzado bien. Había habido varios avisos de bombardeo e iba un poquito asustada mirando al suelo. Cuando estaba llegando al portal donde trabajaba, su

Los tres caños

M is pies se hundían en la nieve, hacía un frío glacial. El viento era gélido. Tenía la cara y las manos heladas. Llevaba andando bastante tiempo, mi coche había decidido dejarme tirada en un paisaje precioso, lleno de nieve. Me acerqué a lo que parecía ser una fuente, tenía tres caños. Estaba mirando las palabras que había escritas encima de los caños: salud, suerte y amor. Cuando… sentí una presencia detrás de mí. -No, no podía ser -pensé. Me di la vuelta y... por supuesto no había nadie. Tengo que dejar de leer libros de Stephen King -sonreí. No sabía de qué caño beber. Salud, de momento tenía. Amor, mejor ni hablar. Me decidí por la suerte, esperando que apareciera alguien para ayudarme. Iba a acercarme a beber cuando algo me habló: -¿Puedo ayudarla? -me preguntó. Me di la vuelta, no esperaba ver este tipo de hombre por estos lares y menos con el tiempo que hacía. Era alto, cuerpo atlético y guapo. Iba vestido todo de negro, menos por el collarín blanco