La llave de Debod.

Normalmente cuando camino por la calle siempre voy con la cabeza bien alta, herencia que me dejó mi querida abuela Gertrudis, para la familia Trudy, quién me decía:
- Niña, hay que caminar siempre con la cabeza bien alta para dar impresión de persona fuerte y segura.
     Ella vivió la guerra civil. Para ir al taller de costura  donde trabajaba, tenía que atravesar una calle en la que se encontraba el Cuartel de la Montaña. Los soldados solían estar sentados en la puerta y silbaban a toda la que pasaba. Nunca se atrevieron a decir nada a mi abuela. Era alta y esbelta, su pelo era de un negro profundo con reflejos azulados y sus ojos grandes y rasgados. ¡Vamos, toda una belleza! Pero su forma altiva de andar asustaba a cualquiera. Para ella era su coraza, con la cual impedía que nadie le hiciera daño.
     Pero ese día no había comenzado bien. Había habido varios avisos de bombardeo e iba un poquito asustada mirando al suelo. Cuando estaba llegando al portal donde trabajaba, su pie chocó con un objeto. Eran unas llaves. Se agachó a cogerlas, brillaban mucho,  parecían recién salidas del herrero:” ¿De quién serán las llaves?”-pensó- “Pobre del que las haya perdido, con el frío que hace.
     Se fijó más en las llaves. Una de ellas era muy extraña, tenía la parte superior triangular y unos símbolos grabados. Creía reconocer los símbolos, le eran familiares pero no recordaba. Bueno luego investigaría…

     Mi abuela me dejó su diario y un cofre que todavía no me he atrevido a abrir. Por cierto, ¡me llamo Lola!, soy la nieta de Trudy.
Toda una vida reducida a unos cuantos papeles y unas cuantas joyas, que según ella eran exclusivamente para los Domingos y fiestas de guardar.
     El diario era muy interesante, pues relataba las historias que mi abuela había vivido en la guerra civil española. Aparte de eso había dibujos a lápiz de una llave...era triangular con unos grabados que no sabría identificar.
Cuando salió de trabajar, Trudy, se fue directamente a la tienda de su abuelo. Era una librería muy antigua. La abrieron los padres de su abuelo y había sobrevivido, aunque ahora no corrían buenos tiempos.
     Cuando entrabas en la tienda la luz que salía era dorada  y emitía calor. Olía a antiguo, a secretos bien guardados y a historias por leer y contar.
     Mi abuela podía pasarse tardes enteras paseando, rebuscando y leyendo en los acogedores sofás que su abuelo había puesto junto a la chimenea, la cual mantenía siempre encendida fuera invierno o verano.
-¡Qué sorpresa querida! ¿Qué haces hoy por aquí? Es miércoles ¿No es el día de tu clase de música?- le preguntó su abuelo.
-Hola abuelo. Sí, pero he encontrado un objeto curioso y quería enseñártelo. 
-Vamos a ver, ven a la mesa de luz y le echamos un vistazo. 
     Los dos se sentaron en la mesa y Trudy sacó las llaves del bolso. Cogió la llave triangular y se la puso en la  mano a su abuelo.
-¡Vaya, vaya, muy interesante...! ¿Y de dónde dices que has sacado esta llave? -preguntó el abuelo con cara de sorpresa.
-¡Te lo he dicho, las encontré esta mañana en la calle! -afirmó Trudy un poco impaciente.
-Parece un objeto del Imperio Medio.
-¿Y eso qué significa abuelo?
-Verás Trudy. Este objeto parece del antiguo Egipto. Voy a buscar un libro…
Mientras, Trudy estaba un poco confusa. “¿Quién tendría en su juego de llaves un objeto antiguo de Egipto?”
     El abuelo de Trudy venía cargado con unos cuantos libros y un cofre de madera con piedras de colores engarzadas. Sus ojos estaban chispeantes y parecía que había rejuvenecido veinte años.
-Mira, mi niña, esto lo estaba guardando para tí, era de la abuela y ahora es tuyo.
-Vaya un cofre, qué bonito. Muchas gracias. Pero,¡ está cerrado! ¿Dónde está la llave?
-Intenta abrir con la llave que has encontrado, prueba. ¡Inténtalo  Trudy!
     Trudy cogió la enigmática llave, la miró, miró a su abuelo, suspiró y metió la llave en la cerradura del cofre. Al principio se resistía.
-Esta llave no es de aquí, -aseguró Trudy un poco molesta.
-Ten paciencia e inténtalo de nuevo, con suavidad...Hace mucho tiempo que no se abre. - le dijo con paciencia su abuelo.
Lo volvió a intentar y esta vez cedió la cerradura.
     En el cofre había una tela de lino enrollada, una especie de papiro con un lazo azul, varias joyas, unas llaves, un rectángulo de madera con dibujos que parecían jeroglíficos egipcios.    
     La tela era un plano de lo que parecía ser un pequeño templo. Cercano a él había dos arcos que descansaban encima de un estanque. También estaba dibujada una llave, idéntica a la que tenía Trudy en la mano.
-Abuelo, ¿qué significa todo esto?, ¿tu sabías que yo iba a encontrar...?
-Sí, mi niña, pero no sabía en qué momento de tu vida sería. Es un regalo de tu abuela María, ella sabía que tú podrías solucionar los problemas que pudiesen surgir con el cofre.
El abuelo cogió el papiro, le quitó el lazo y se lo dio a Trudy.
-Toma cariño, léelo, es para tí:
“Querida nieta:
 Te preguntarás muchas cosas ahora mismo, pero lo primero que tienes que saber es que no te pondría en peligro ni a tí ni a tu abuelo por nada del mundo.
     Estos objetos que hay en el cofre los hallé en una excavación que realizamos en Egipto, en el pueblo de Debod, a orillas del río Nilo.
     Si has abierto el cofre es de suponer que tienes la llave de Debod. Esta llave abre puertas a otras dimensiones. Para poder acceder a las puertas tienes que utilizar la llave e introducirla en el cuadrado de madera que hay en el cofre. MUY IMPORTANTE: el lugar para acceder a las puertas es el Cuartel de la Montaña.
En un futuro no lejano llegarán al cuartel unos restos del antiguo Egipto, El Templo de Debod, y entonces podréis contemplar lo que yo ví en su día en aquella tierra maravillosa. Mientras tanto, Trudy, lo harás a través de las puertas.”
     Trudy levantó la vista del papel. Su cara era de asombro y curiosidad. Sin pensarlo, cogió el rectángulo e introdujo la llave en la cerradura... ¿Qué esperaba que pasase? ¿Dónde quería que aquello la llevase?
-¡No, Trudy!- consiguió decir su abuelo.
     De pronto una luz azul salió del rectángulo donde Trudy había introducido la llave. Empezó a hacerse cada vez más grande hasta ocupar toda la estancia donde se encontraban abuelo y nieta, las paredes sonaban como si se resquebrajasen. Miraron hacia ellas y, en efecto, se estaban abriendo grietas enormes, Trudy y su abuelo no sabían lo que hacer. Estaban fuera de juego.
     En ese momento un temblor muy fuerte sacudió la habitación y un haz de luz rojiza salió del rectángulo inundándolo todo. Los libros y los objetos de las mesas empezaron a caerse, el cofre fue uno de ellos. Cuando tocó el suelo, se hizo el silencio y  un remolino gigantesco salió de él y aspiró todo lo que había en la estancia, incluidos a Trudy y su abuelo. La tienda quedó en silencio. La luz se volvió azulada y fría y la chimenea quedó apagada.

     Abrí los ojos. Sólo había oscuridad. No sabía dónde me encontraba. Olía a tierra húmeda, a sitio mal ventilado. Recuerdo que estábamos en la librería y entonces un remolino... “¡Dios mío! ¿Dónde estoy?”-pensé
-¿Abuelo?-llamé en voz baja, sin resultado.
-¿Abuelo?-chillé.
 No se oía nada, me di la vuelta sin levantarme del suelo y vi un haz de luz que salía de una ranura de la pared.
 Era muy raro todo aquello. Cerré los ojos para comprobar que sólo era un mal sueño. Pero cuando los volví a abrir, seguía en el mismo sitio. Me levanté despacio, apoyándome con las manos. El suelo era de arena fina. Iba buscando una pared para poder guiarme.
     Cuando la encontré, pude comprobar que la piedra de la pared era lisa y suave al tacto. Lo raro es que para ser de piedra, estaba ardiendo. Fui pegada a la pared hasta llegar a la luz que venía de afuera. Miré a través de la ranura y... ¡no podía ser! Estaba viendo un extenso desierto, arena y más arena. Me dejé caer al suelo. No tenía ningún sentido, tenía que pensar...
-¡Trudy, Trudy! ¿Estás ahí?- era la voz de mi abuelo.
Salía desde el otro lado de la pared. Se empezaron a oír golpes.
 -¡Abuelo estoy aquí!-chillé.
     Una luz iluminó una de las piedras y me acerqué a ella.
- Cariño voy a golpear esta piedra, parece que se mueve. Échate a un lado,-conseguí entender a mi abuelo entre tanto ruido. La piedra cayó al suelo y una luz inundó toda la estancia.
- ¡Trudy! ¿Estás bien, cariño?
-Sí, sí. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos?
-Estamos dentro de una pirámide. Como metiste la llave antes de que te explicara nada, no sé dónde porras estamos- gritó mi abuelo un poco mosqueado.
-Lo siento, fue sin querer.
- Ya no se puede hacer nada Trudy. Tenemos que buscar una puerta para regresar a nuestra dimensión. ¿Qué hiciste con la caja de la llave? Debería estar por aquí. Vamos a buscarla. ¡Venga nena, anima esa cara! Vamos a salir de aquí.
     Nos pusimos a buscarla. Había unas escaleras en uno de los lados. Parecía bajar hacia un nivel inferior. Las paredes tenían muchos grabados: mujeres acarreando bultos y hombres calvos con cabeza en  forma de pepino, los cuales iban montados en carros tirados por caballos. Me llamó la atención una figura que parecía estar encima de una barca, llevaba una vara en la mano y de ella salían hacia arriba tres estrellas. Llamé a mi abuelo para que viniese a ver el dibujo.
 -¡Vaya!, menuda suerte hemos tenido, mi niña. Es el dios Sah, personificación de la constelación de Orión que a menudo se rodeaba de estrellas. Algunos eruditos piensan que las estrellas que representan son las tres Marías: Mintaka, Micerino y Kefrén. Están en el cinturón de la constelación de Orión. Los egipcios llamaban al cinturón Duat y era la puerta por la que debía pasar el faraón para llegar al más allá. Estas estrellas se pueden ver desde cualquier parte del mundo. Están exactamente posicionadas como las tres grandes pirámides de Giza. Mira, a su lado está su mujer Sopdet, era una representación de la estrella Sirio. Entonces ya sé por dónde andamos…
-¡Mira, he encontrado la caja abuelo!-dijo Trudy con júbilo.
- ¡Qué raro! Abuelo, hay una mano dibujada aquí en el suelo. Parece que es del mismo tamaño de mi mano.
     Trudy puso su mano encima del dibujo, el suelo empezó a moverse, se llenó toda la estancia de polvo.
-¡Trudy, otra vez no! ¡No toques nada!- chillaba su abuelo, al tiempo que se abría una rampa debajo de sus pies por la cual cayeron los dos.
-¡Abuelo socorro!, -se oyó a Trudy, mientras desaparecían entre la nube de polvo. La rampa se cerró y todo quedó en silencio. Como si nadie hubiera estado allí.
     Cuando el polvo desapareció, se volvieron a ver las caras abuelo y nieta...La cara de Trudy era todo un poema. No hicieron falta palabras entre los dos.
-Me estoy acostumbrando a estos porrazos, ya casi no me duelen. ¿Estás bien Trudy?
-¡Abuelo, abuelo...!¡Oh, Oh! ¡Algo me está andando por el brazo!
-¡No lo toques! Si no le molestas, no te hará nada. Seguramente sea un escorpión dorado. Su nombre real es escorpión muerte acechante y su veneno suele ser muy tóxico.- Contestó su abuelo con cara de emoción.
     Trudy miraba a su abuelo con los ojos desorbitados. Respiró hondo. No le entendía. Como podía estar explicando cosas tranquilamente, mientras se paseaba por su brazo un escorpión asesino.
-¡Ayúdame de una vez! o ¿quieres que me pique el bicho este?- sollozaba Trudy
De pronto, sin esperarlo, el abuelo saltó hacia delante y dio un manotazo al escorpión.
-Ya está, preciosa. No ha sido para tanto ¿no?
-Porqué me educaron en la religión cristiana. Si no ya habría habido un asesinato, abuelito.
-Mira, Trudy. Por los recuerdos que tengo del interior de las pirámides, creo que antes debíamos estar en la Cámara del Rey y ahora debemos estar en la Gran Galería. Si seguimos bajando por esa rampa, seguramente encontraremos la salida de la pirámide.
-¡Vamos entonces, a qué esperamos!, -Trudy se levantó de un salto.
Era una rampa bastante inclinada, no estaban en total oscuridad. Al final de aquel pasillo interminable había  luz. Fueron esquivando cosas que había en el suelo, algunas de las cuales crujían al pisarlas. Trudy iba apretando los dientes y desde hacía un rato caminaba como una bailarina para pisar los menos bichos posibles. Mientras iban caminando, Trudy se preguntaba cuanto  llevaban en la pirámide, había perdido la noción del tiempo. Tenía mucha sed y unas ganas terribles de hacer pis. Estaba pensando comentárselo a su abuelo cuando llegaron a la salida de la pirámide. Los dos se quedaron absortos mirando el paisaje que tenían delante.
-¡Es increíble,  magnífico! Tu abuela me relató muchas veces con pelos y señales este lugar. ¡Estas pirámides! Y ahora estamos aquí...
-Abuelo, no te pongas triste. ¡Anda, piensa cómo salimos de aquí!
     Fuera, hacia viento, la arena daba en sus rostros. Había algo que no iba bien, bueno, aparte de lo evidente. No se oía ningún ruido, sólo el viento que cada vez era más fuerte.
-¿Cómo es posible que haya anochecido en tan poco tiempo, abuelo? Cuando miré por la rendija de la pirámide el sol estaba sobre las doce.
-¡Vaya, tienes razón, querida! ¡No me lo puedo creer. Hay un eclipse de sol. Esto es fantástico!
-Abuelo, no empieces otra vez. ¿No se te ocurrirá contarme algo sobre ellos, verdad?
-Cariño, esto es una oportunidad única. Por este motivo no hay nadie fuera, están todos escondidos. No creas que es por miedo, sino por respeto a los dioses que ahora mismo están luchando. Es la confrontación entre Set y Horus. Set arranca uno de los ojos a Horus mientras luchan y se lo traga. Y entonces la intervención divina de Ra devuelve la luz y los ojos de Horus.
-Me dejas anonadada. Es genial todo lo que sabes. Pero, por favor. ¿Podemos irnos ya?
-De acuerdo, tenemos que ir hasta la esfinge que está enfrente de nosotros. Creo recordar que había allí una puerta. ¿Estás preparada Trudy? A la de tres salimos corriendo hasta ella.
-Estoy preparada. ¡Qué sea lo que Dios quiera!-suspiró Trudy santiguándose.
     Los dos corrieron, como alma que  lleva el diablo. El viento era muy fuerte, la situación era bastante extraña: unos colosales monumentos parecían observar en medio de la penumbra, sin apenas sonidos perceptibles, sin gente alrededor, a aquellos dos personajes, corriendo hacia la enigmática figura de colores muy vivos en contraste con el paisaje. Abuelo y nieta entraron por una pequeña puerta que había en una de las patas traseras de la esfinge. Estaban sin aliento, ya que el trecho recorrido era bastante grande. Los dos se sentaron mirando hacia las tres pirámides que veían desde allí. El eclipse poco a poco iba decreciendo. Tendrían que darse prisa antes de que alguien se diese cuenta de que había unos intrusos.
-Son preciosas abuelo, no me las imaginaba tan grandes
-Ni yo. Es algo espectacular. Me da pena irme, hay tantas cosas que ver aquí...
-Abuelooo, céntrate. Vamos a salir de aquí ¡Ya!
-Está bien. Dame la llave y el cuadrado de madera. Intentemos salir de este sitio antes de que sea tarde.
     Trudy le dio lo que le pedía su abuelo. Estaba agotada. En la vida había corrido ningún tipo de aventura. Bueno, una vez  se escapó al cine con el noviete. No sabía si eso contaba.
     El abuelo giró el rectángulo y se convirtió en una estrella, en el medio tenía el hueco para la llave. En el lateral derecho había una pequeña  rueda con un montón de números y en el lateral izquierdo había otra rueda con muchos dibujos.
-Bien, querida, vámonos a casa. Te veo muy cansada. Lo siento mi vida; yo no quería que tu inicio fuera así.
-Sobre ese tema te quería hablar, abuelo.
     En ese momento se empezaron a oír voces en el exterior, miraron hacia afuera y vieron a varios egipcios señalando  hacia la esfinge. Tenían que darse prisa o no saldrían de allí.
-Ven, Trudy, vamos a sentarnos aquí juntos. Dame tu mano.
-Abuelo, antes de que gires la llave, quiero que sepas que no estoy hecha para esto. Me gustan mis clases de música, mi trabajo... Estoy esperando que vuelva mi prometido… Espero que entiendas que para mí no tienen cabida estas aventuras en mi vida. Siento decepcionarte, abuelo.
-Ya hablaremos en Madrid de ello. Ahora, vámonos.
     El abuelo introdujo la llave y la giró. Cogió fuertemente la mano de Trudy. Todo empezó a temblar. Un remolino comenzó a formarse, arrastrando las cosas que había cerca. Mientras, tanto, se acercaban los egipcios a la esfinge y el remolino era cada vez más grande. De la llave comenzó a salir una luz azulada que lo inundó todo. El remolino se hizo enorme y los engulló. Cuando llegaron los egipcios a la entrada, no había nadie en ella. Los intrusos habían desaparecido…

     Después de leer el diario de mi abuela, cogí el metro y, sin darme cuenta, aparecí en Plaza de España. Caminé por el paseo de Pintor Rosales hasta llegar al parque del Oeste, donde encontré este maravilloso tesoro. ¡El templo de Debod!
     Estaba atardeciendo, me encontraba sentada en un banco, intentando comprender tantas cosas... El monumento estaba iluminado. Desde donde yo me encontraba podía ver las dos puertas que fueron el acceso al templo en su tiempo. Parecían  quedar flotando sobre un manso estanque de agua. Al fondo estaba la capilla.  Me fijé en algo que brillaba en el suelo, lo cogí. Era una llave. La miré detenidamente. Tenía la cabeza en forma de triángulo y unos símbolos grabados. Parecían jeroglíficos egipcios.
-Hola Nadia, perdón por el retraso. He cogido el 39 y ha dado una vuelta de tres pares de narices.
-No se preocupe profesor Petrie, he estado muy entretenida.
-Me pareció muy interesante su correo sobre el antiguo Egipto. Me comentaba que tenía algo que enseñarme. ¡Me tiene en ascuas!
-Mire lo que acabo de encontrar. Y tengo documentos y dibujos que seguro le interesarán.
-¡Vaya, qué llave más curiosa! Parecen tallas egipcias, concretamente del Imperio Medio. Esto hay que investigarlo.
-Está bien. Pero terminemos de ver esta magnífica puesta de sol. Porque me da la impresión de que estaremos mucho tiempo entre libros- sonrió Lola al Profesor.

 Y así comenzó a tejerse otra historia ¿o no…?

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