Aguas de esperanza.




—Las pruebas dan positivo, lo siento mucho Ava. Pero Mur necesita un corazón nuevo y aquí no lo vamos a conseguir. Hay hospitales en Europa que le ayudarían…
—Pero yo no tengo dinero para viajar hasta allí…ni nunca lo tendré. ¿Qué voy a hacer?
—Tome esta tarjeta. El billete cuesta unos dos mil euros. Llame y diga que quiere un pasaje. Allí la ayudaran.
—Gracias, Doctor.
Durante cinco meses Ava se sintió colchón de hombres sin amor. Pasaron por ella cientos de cuerpos. Blancos, negros, sin color. Hombres que sin querer la querían, la hacían ser nada.

2
— ¿Tienes lo mío?
—Sí, tome. ¡No sabe lo que me ha costado conseguirlo!
— ¡Eso a mí no me importa! Que esté mañana a las seis de la madrugada en el embarcadero de la Cala Norte. Si llega tarde zarparemos sin él.
El desconocido atravesó el oscuro callejón donde habían quedado. Miró a un lado y a otro de la calle y desapareció.
Ava quedó sola en el frío callejón. Esa noche no había luna, la lluvia llevaba toda la noche cayendo. Por lo que las calles rebosaban agua. Caminó a  pasado ligero para salir de allí cuanto antes. El olor era insoportable a orines y putrefacción.

3

Soltó a su pesar la pequeña mano de la persona que había estado con ella desde que lo parió. “El mes pasado hizo cinco años”—pensó.
Un hombre con cara de pocos amigos cogió al niño en brazos y lo subió a la barcaza.
— ¡Mamá ven conmigo!
—No te preocupes, voy a por unas cosas y ahora subo. Ve cogiendo sitio.
Ava dio la espalda a su hijo para que no la viera llorar. Desapareció en la oscuridad del amanecer.
Aquello no tenía sentido, no encontraba a su mamá. La buscó entre toda la gente, niños, señores, señoras con tripa… Había muchos niños como él. Llorando y buscando a sus padres. Después de estar mucho rato buscando decidió sentarse en un pequeño hueco que había entre dos niños. Pensó que su madre le encontraría allí si no se movía. Cerró los ojos y al minuto quedó dormido.

— ¡Mamá me haces cosquillas, déjame! —se carcajeaba Mur.
— ¡Estate quieto! Deja que termine de pintarte el pecho. Cariño, necesito que entiendas lo que te voy a decir y no se te olvide.
—Sí mamá, dime.
La madre le agarró la cara con las manos.
—Cuando lleguemos a ese nuevo país, enséñale a quien nos ayude tu dibujo. Ellos lo entenderán y sabrán que estás malito. ¿Me has entendido? Contéstame Mur.
—Sí, pero tú vas conmigo. Mejor hablas tú con los mayores.
—Ya mi amor, es para que lo sepas tú también.
Mur se despertó tiritando de frío, recordaba lo que su madre le había dicho. Se tocó el pecho suspirando.
4

— ¡Será cabrón! No va a traer a trescientas bocas más para que les demos de comer. Cuando tiene aquí a tropecientas personas sin empleo o cobrando sueldos de mierda—chillaba alterado Juan—mientras levantaba la mano y pedía otra ronda de cervezas en el bar del pueblo.
— ¡Pero hombre! Hay que ser solidarios, son niños y embarazadas la mayoría—dijo apaciguadora Sonia—mientras se metía una aceituna en la boca.
—Ya, pero si dejamos entrar a este barco vendrán más.
— ¡De verdad! Parece mentira que seas cristiano, apostólico romano. ¿Cómo puedes pensar así? ¿Y si nos pasará a nosotros?

5

Cuerpo contra cuerpo, hacinados en un espacio reducido. Por lo menos trescientas personas había. Olor a sudor, a pis, a miedo… Mur los miraba a todos, cara por cara, buscando consuelo. Pero en sus caras solo había una gran tristeza, nada que le ayudase a encontrar a su madre.
Las lágrimas caían por su rostro. Tenía sed, lamió las lágrimas, estaban saladas. Sintió más sed y lloró más. No sabía que había pasado con su mamá.
— ¡Eh, chaval! Deja de llorar. Soy kon, yo también estoy solo. Pero ya verás, cuando lleguemos allí. ¡Va a ser genial! ¿Te han contado algo?
 —No, he perdido a mi mamá. Venía conmigo…
— No te preocupes, seguro que cuando lleguemos la encuentras, ahora entre tanta gente es difícil. Oye sabes que dónde vamos hay una fuente en todas las casas. Y nunca se seca. Puedes beber todo lo que quieras. Y los niños van al colegio hasta que  son muy mayores.
— ¿Y para qué van tan mayores, no ayudan a sus papás?
—Pues no lo sé, no deben tener un señor malo que les pide dinero.
Kon era un niño de unos 9 años lo que destacaba de él eran sus muñecas, en las dos tenía unos surcos que las recorría enteras. Eran profundos y los tenía en carne viva.
— ¿Qué te ha pasado en las manos?
—Mis padres no tenían comida para todos mis hermanos y me vendieron a un señor del pueblo de al lado. Me ataba a una noria todo el día. Fue terrible.

6

Los dos niños se habían quedado dormidos. Mur notó las manos húmedas, las piernas entumecidas por el frío. Comenzó a tiritar.
— ¡Kon, hay agua en el suelo despierta! No sé qué pasa, no se ve casi… las estrellas se han ido. La gente comenzó a levantarse y a gritarse unos a otros. Se oyó una voz entre todo el griterío. —La costa está cerca, debéis nadar hacia la luz— El Patrón dicho esto se lanzó al agua con un chaleco salvavidas. Dejándolos a la deriva, mientras se hundían poco a poco. La gente comenzó a lanzarse por la borda. Los niños quedaron en la barca no sabían nadar. Alguien cogió a Mur y lo lanzó al agua.
— ¡Sálvate chico!—sonó la voz de kon en la oscuridad.
 — ¡No sé nadar!—fue lo último que dijo Mur.

7

Después oscuridad, frío. Un trago de agua salada, dos tragos. Desapareció en  las profundidades del agua helada. Estaba quedándose dormido admirando los distintos peces que nadaban alrededor suyo cuando una mano le agarró. Vomitó todo el mar que tenía dentro, se sentía salado todo él. Tosía e intentaba respirar a la vez. Alguien le tenía cogido, la oscuridad de la noche hacía difícil saber quién le estaba ayudando.

— ¡Respira chico vamos a ir donde están las luces! ¿Me oyes?—Kon le agarraba con fuerza mientras intentaba nadar. Rozaron cuerpos no vivos. Había muchos, todos flotaban mirando al cielo, fueron esquivándolos. El agua dulce de sus lágrimas se mezclaba con la sal del mar.
Un ruido muy fuerte se oyó a lo lejos. Kon y Mur cerraron los ojos esperando lo peor.
— ¡Chico quédate quieto, no te muevas! —susurró Kon.
— ¡Hola somos de la cruz roja! ¿Nos escucha alguien?
— ¿Qué están diciendo? No les entiendo. ¡Puede que nos ayuden Kon!
—No digas nada y si son piratas. ¿Volvemos otra vez a lo mismo? No quiero que me hagan más daño. ¡Silencio!
La barca pasó cerca de ellos. Quedaron quietos, casi sin respirar. La gente de la barca iba moviendo los cuerpos sin vida.
—Parece que no hay nadie con vida. ¡Hola, somos la cruz roja! ¿Me oye alguien?
La barca giró para seguir su camino. Mur vio en la trasera de la barca un dibujo de una cruz roja. Su madre le dijo que les ayudarían las personas que llevasen esa señal.
— ¡Kon son buenos! ¡Mira, llevan la cruz! ¡Hola, estamos aquí!— gritó Mur—el cansancio le pudo y quedó sin sentido.
Uno de los sanitarios vio una persona en el agua con la mano levantada.
— ¡Hay alguien con vida! ¡Enciendan el foco! ¡Son dos chavales! Vamos a subirlos. Un niño de unos siete años y uno de cuatro o cinco. El pequeño está inconsciente. Preparad la ambulancia. Corto y cierro.
— ¡Qué raro, mira lo que lleva escrito en el pecho! Una X dibujada donde está el corazón y tiene escrito S. O. S MY HEARD. Coméntalo a la ambulancia. Posibles problemas cardíacos, para que cambien de hospital.
La lancha se acercó al Puerto. Kor miraba los tristes cuerpos flotando en el agua, lágrimas caían de sus ojos ya secos.
Un mar de mantas metálicas arropaba a los afortunados náufragos, decorando el Puerto como si fuera Navidad. Su luz la esperanza que llevaban dentro, de encontrar allí una nueva vida.

Comentarios

  1. Bonito poema. Sutil, musical... induce a meditar. Juegos y contrastes de palabras que marcan ritmo, que crean tiempos.

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