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Se giró al escuchar el grito, la Bala había impactado
en el pecho de la rubia pequeñaja.
Un círculo perfecto apareció en su blusa, comenzó a
llenarse de un líquido viscoso de un color rojo púrpura bastante preocupante.
La Bala no se quedó parada ahí, continuó avanzando sin
pedir permiso. Atravesó la fina piel, azules y verdes venas arrasó a su paso,
músculo...en ese momento frenó un poco al encontrarse con un hueso duro de
roer.
Un precioso esternón, macizo, joven. Se lanzó en picado
y perforó. Fue astillando el hueso hasta atravesarlo, notó como el cuerpo de la
rubia se doblaba y perdía el equilibrio.
No podía despistarse, su meta estaba cerca, ya oía los
latidos. A su paso iba deshilachando en hilos de sangre las arterias. Su
regocijo era pleno.
Estaba extasiada con la sangría que estaba provocando.
Deseaba llegar al músculo que hacía mover a esa máquina tan perfecta.
Iba directa al objetivo definido desde el primer
momento. Se rozó con una vena y sin querer cambió la dirección. ¡No, no podía
ser!
Sólo tenía una oportunidad y la estaba perdiendo.
Intentó agitarse para cambiar la dirección pero fue imposible.
Pasó a dos milímetros de su querido corazón. Volvió a
traspasar hueso, músculo, venas. Saliendo del cuerpo que tanto había anhelado.
El agujero dejado era irregular por el nerviosismo, la
sangre chorreaba y resbalaba por la pequeña espalda de la susodicha rubia.
Ella, la Bala, quedó tendida en el suelo, lágrimas
rodaban por su frío metal.
No lo había conseguido, triste fin para una única vez.
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