Destino: El paraiso.




No podía más, llevaba casi tres horas sin parar de conducir. ¡Mi vejiga iba a estallar!
Me desvié en el primer pueblo que encontré. Había una destartalada gasolinera a la entrada del pueblo, estacioné el coche a un lado del surtidor y corrí hacia la puerta. Un tipo con un palillo en la boca y cara de pocos amigos me miraba.
— Buenos días ¿El baño, por favor?
Me señaló una pequeña puerta que había  a la izquierda del mostrador.
Me dirigí rauda hacia allí.
No había visto un baño tan asqueroso en mi vida.
Intente no tocar nada, el riesgo de contagiarse de algún virus mortal, era muy alto.
Tuve que agarrar el pomo de la puerta. Note algo viscoso en mi mano.


— ¡Qué asco! ¡Me cago en la leche! —Había una especie de grasa cubriéndolo. Busqué papel para limpiarme. Iba a explotar. ¡Tenía que hacer pis ya!
Había un olor a vinagre rancio, a agua estancada. Mientras hacía pis miraba la pared, chorretes de diferentes colores la decoraban. Unas marcas de dedos de un color bastante sospechoso habían quedado de recuerdo. Parecía el museo de los horrores, una obra de arte de muy mal gusto. Decidí cerrar los ojos.
Estaba lavándome las manos en el lavabo cuando se fue la luz. Esperé un momento a ver si volvía. No soportaría estar mucho tiempo a oscuras. Desde pequeña siempre dormía con una pequeña luz encendida. Por si los monstruos…
La luz del armario que colgaba encima del lavabo dio unas cuantas intermitencias de luz. Me quedé mirándola esperando que tuviera piedad de mí y volviera a lucir. Creo que tendría que salir de aquel sitio a oscuras.
En ese momento el suelo tembló y se oyó una fuerte explosión, a través de la puerta pasaba un humo blanco que iba llenando la pequeña estancia donde me encontraba.
Intente abrir la puerta, pero estaba atrancada. Mi oxigeno estaba en los mínimos, decidí  tirarme al suelo, según recomendaban los servicios de emergencias.
Pero lo único que conseguí fue llenarme de mierda. Comencé a toser e intenté levantarme cuando una luz blanca entró a través de la puerta. Quemaba, era como si hubiera pegado la cara a una estufa.
El humo había desaparecido y la luz se fue atenuando hasta también desaparecer. Sentía mi cara  arder, las manos me escocían como si acabase de tirarme un cazo de agua hirviendo.
Volvía a estar en total oscuridad, mi respiración era lo único que oía. Mis latidos retumbaban en la cabeza. Tenía que salir de allí. Toqué la puerta. ¡Quemaba! La di una patada y sorpresa, cayó como si fuera un trozo de cartón.
Mi cara abrasada no puede hacer ningún gesto de sorpresa, el dolor se intensifica.
 La estancia había cambiado por completo, los cristales de los escaparates no existían, estaban hechos añicos, de las paredes brotaba humo. Todo lleno de cascotes y productos caídos de las estanterías. La luz del exterior era muy fuerte, llevaba los ojos medio cerrados, dolía. Di una vuelta con la vista por la estancia, cantidad de polvo en suspensión. Debajo de unos cascotes de un muro derrumbado vi unos pies descalzos que sobresalían.
Me acerque despacio, con miedo de lo que encontrase. Levanté con cuidado algunos trozos de muro. Era un hombre con traje, pero no llevaba zapatos. ¡Qué raro! Con cuidado me agaché y le tomé el pulso en el cuello. ¡Estaba vivo!
Le soplé el polvo de la cara, la tenía colorada como un tomate.
— Oye, despierta
— ¿Qué ha pasado? No veo nada-pregunta entre toses.
— No lo sé. ¿Te puedes levantar? Vamos, te ayudo.
— Sí, creo que sí. ¿Qué me pasa en los ojos? ¿Estamos a oscuras?
— No, habrá sido por la explosión o por el golpe que te has dado. Voy a salir un momento a pedir ayuda.


2


Salí al exterior. La gasolinera estaba destrozada, los surtidores arrancados de cuajo, cascotes, escombros por el suelo. Un polvo gris lo cubría todo. Gente por el suelo, no se mueven, se acerca a tomarles el pulso. Están muertos, lágrimas caen de sus ojos, no comprende que ha pasado, piensa en su hijo—por favor dios que esté bien, ya sé que no hablo contigo a menudo...
Se limpia las lágrimas y vuelve con Daniel. Está frotándose los ojos, los tiene inflamados enrojecidos.
— Te voy a poner un pañuelo en los ojos, no puedes seguir atormentándolos con tus manos. Voy a ver si en el mostrador hay botellas de agua vivas ¡Joder! el pobre dependiente ha quedado mal parado, tiene todo el cuerpo lleno de cristales. No tiene pulso.
— ¡Es terrible! Por favor no me des más detalles—chilló Daniel asqueado.
— Me tienes que acompañar, vamos a ir a buscar a mi hijo y al hospital donde trabaja mi ex. Allí nos curaran. Pero primero vamos a ir a una farmacia que hay cerca de aquí. Bueno, si sigue en pie.
— Lucía, no voy a ser más que una carga, déjame aquí.
— De eso nada, vamos a ver si mi coche sigue funcionando. Arriba grandullón, tenemos que salir de aquí. ¡Encontré tus zapatos! Déjame que te los ponga.
Le ayudé a salir por la puerta, de la cual no queda más que la estructura metálica.
— huele fatal como cuando quemas los pelos del pollo con el mechero.¡¡El móvil, mi bolso!! Quédate aquí, voy al baño—salió corriendo hacia la tienda.
Mientras Daniel en su total oscuridad oía sonidos lastimeros cercanos a él.
— Hola ¿Hay alguien ahí? No puedo verle, acérquese si puede ¿Hola?
— ¿Con quién estás hablando?—pregunta Lucia saliendo por la puerta con el bolso.
— He oído a una persona quejarse por esa zona—señala con el dedo hacia donde estaban los surtidores de gasolina.
— Voy a ver. ¡Debajo de uno de los surtidores hay un cuerpo! Hola, ¿me oyes?
Le tomó el pulso, no tenía.  La cabeza  inflamada y quemada. De los cabellos que fueron antaño ahora quedaban cuatro pelos tiesos como los de una escoba.
— Pobre…está chamuscadita
No puede contener las lágrimas. Es terrible. En ese momento una mano le rozó el hombro, se dio la vuelta para mirar a la persona. Lucía pegó un brinco hacia atrás.
Se quedó paralizada mirando al ser que había delante de ella. Estaba calcinado, carbonizado, era como la sombra de una persona. Dijo algo. Pedía ayuda. ¡Quería agua!
— Está bien, te voy a dar agua. Tranquilo.
Fue a agarrar su mano y la muñeca se partió como si fuese un hojaldre, en muchos pedazos. El cuerpo se desvaneció en el suelo y dejó de respirar con un estertor.

3


— ¿Lucia estas bien? Sigo sin ver, no te puedo ayudar, lo siento. Lucia.
Tenía en la mano lo que había quedado de esa pobre persona, lo miraba y no comprendía que había pasado. Estaba en shock, había vuelto a la tarde que se despidió de su hijo el mes pasado, a su trocito de playa. Donde compartían sus secretos. Hacía mucho calor, las gotas de sudor bajaban por su melena pelirroja, por su quemado y dolorido rostro, por su cuello hasta llegar al surco donde convergían sus pechos, allí acababa el agua salada…
— ¡Por favor! Háblame, para que pueda acercarme a ti.
Daniel se desesperaba al no saber dónde estaba ella, ni que había pasado. Iba caminando despacio, poniendo las manos para no tropezar o chocar. Por su oído encontró a la destrozada Lucía. Estaba tirada en el suelo, la toco una pierna y fue subiendo hasta localizar su brazo y llegar a su rostro. La tocó muy despacio pues sabía que estaba quemada, tenía el rostro empapado.
— Se ha deshecho en mi mano. ¡Mira!—le enseñaba los restos que tenía en su mano de ese cuerpo ya sin vida.
— ¡Dios! ¿Qué es esto?
—Su mano, su maldita mano se ha deshecho cuando se la he agarrado—lloraba desesperadamente.
— Ven Lucia—le abre los brazos y ella se acerca llorando. Sí, es horrible lo que ha pasado pero recuerda que tenemos que ir a por tu hijo. ¿Vamos? Yo no veo me tienes que llevar tu.
— Tienes razón. Lo siento me ha podido el miedo. Tengo que ser fuerte. Vamos pues.
Lucia  limpió sus lágrimas, se levantó y cogió por el brazo a Daniel.
—Mi móvil ha muerto, no hay línea de teléfono. Estamos solos. La idea del coche la eliminamos, la gasolinera está destrozada, los surtidores arrancados de cuajo, los coches volcados. Están todos muertos, quemados, carbonizados .Polvo y humo es lo que hay Daniel. Nos duele todo. Elige ¿vamos a buscar la farmacia o a buscar la farmacia?
— Tú ganas. Te sigo.


4


Caminaban entre los escombros, iban de la mano. Escuchando el silencio sepulcral que reinaba. Todo arrasado, como si fuese un paisaje lunar.
Los edificios del pueblo estaban la mayoría derrumbados, pequeños incendios iluminaban la tristeza de las calles, las cuales lloraban líquidos inflamables. Por el camino, encuentran más cuerpos, todos sin vida.
— Creo que dos calles más para allá después de ese edificio derruido… Vaya,  ese era el bar donde desayunábamos mi hijo y yo. Unas riquísimas tostadas con tomate y aceite. Todavía puedo olerlas…
— Lucía despierta, vamos…
— No lo puedo evitar…pensar en él—se oye un largo suspiro. Al final a la derecha tendría que estar la farmacia. Esperemos que siga en pie.
Por suerte la farmacia estaba. Lucia quitó algunos escombros para dejar paso libre a Daniel. En la entrada había un trozo de espejo colgando de la pared.
— ¡Madre mía, como estamos! Parecemos dos tomates escaldados. No sé si tendremos solución. Vamos a ver que encontramos. Analgésicos, spray para quemaduras de segundo grado. Gasas y vendas. Toma, agarra esta bolsa, vamos a llenarla por si encontramos a alguien herido.
— Me duele una barbaridad, como si me hubiesen tostado a la parrilla.
— Lo sé cielo, en seguida estaremos mejor.
— ¿Qué clase de explosión habrá sido? Lo raro es que en la zona donde llevamos ropa no nos haya afectado.
— No había visto nada así. Abre la boca, van dos píldoras para aliviar el dolor. Aquí tienes la botella de agua. Le desata el pañuelo de los ojos. Te voy a echar el spray para las quemaduras, notarás al principio escozor, será un momento. Luego te aliviará.
— ¿Eres enfermera?
— Sí, por suerte para los dos. Ahora trabajo en el pueblo que hay aquí al lado.
—Gracias. No se me olvidará lo que estás haciendo por mí. Te lo pagaré con creces.
— No te pongas tierno, en cuanto te eche el spray me vas a odiar.
— ¡Dios! ¡Qué escozor!
Ella también se echa, tiene los brazos y la cara abrasados.
— ¿Qué hora será?
—Mira mi reloj, yo por desgracia sigo a oscuras.
— ¡Un Rolex! ¡Qué nivel! Tengo que decirte que el cristal no está pero sigue funcionando. Es la una y media. Han pasado dos horas desde que aparqué en la maldita gasolinera… ¿Oye y tu móvil?
—Lo llevo en el bolsillo, dentro de la chaqueta, toma.
— Está hecho papilla, no nos sirve. Menudo golpe se ha dado el pobre.
— Me duele todo el cuerpo. Es una sensación muy mala la de no poder ver. ¿Crees que recuperaré la vista?
— No te preocupes, seguro que sí. ¿A dónde ibas cuando nos encontramos en la gasolinera?
—Iba a una reunión para vender parte de mi empresa. Estaba cansado de trabajar 24 horas al día. Necesitaba retomar mi vida. No tengo amigos reales. Sólo gente con la que trabajo. Había dejado de lado a mi familia. Sólo me queda dinero.
Lucia de reojo le examinaba—Llevaba traje de alpaca, estilo moderno. Moreno, ojos negros, y como olía… a canela —en otras circunstancias un buen partido.
— Pues chico, a mí me pasa lo mismo, tengo tanto dinero que me sale por las orejas— le miraba con cara de rechifla.
— ¿Me estás tomando el pelo, no?
—Está conversación es tan absurda, tu queriendo deshacerte de tu fortuna y yo no llego a final de mes. ¡Somos la luna y el sol!
— Perdóname si te he ofendido con mis problemas, no había pensado...
— Es lo que pasa, solo nos miramos nuestro culo. Los demás nos quedan muy lejos. Vamos ciegos por la vida.
— ¿No lo dirás por este pobre ciego?
Se rieron los dos, y al momento lloraron de dolor. Se sentaron a descansar y se quedaron dormidos.


5


— Despierta, nos hemos quedado dormidos.
— ¿Estas menos dolorido? A ver el reloj. Hemos dormido una hora. Tenemos que seguir camino.
Salen de la farmacia, el cielo está gris plomizo como si fuera a llover. El aire se está volviendo denso, irrespirable.
— Mira, hay una persona que se está incorporando. Voy a acercarme. Hola, ¿cómo estas, te puedes levantar?—Lucia sale corriendo hacia la persona.
— No sé, ¿mi mujer dónde está?—habló con voz queda el herido.
— Le ayudo a levantarse, vamos al hospital a que nos ayuden, está sangrando tiene una brecha en la cabeza. Le voy a poner un vendaje.
— Estaba haciendo footing con mi mujer ¿Dónde está?
— Seguro que está bien, tenemos que seguir camino, vamos. Este vendaje aguantará hasta el hospital.
— No, no puedo. Tengo que buscar a Marta.
—Déjalo marchar, no le puedes obligar—dijo Daniel con un aspaviento de mano.
— Ya, tienes razón, pero está herido. No llegará muy lejos.
Los dos se quedan mirando el lento caminar del pobre moribundo. Lucía va parándose cada vez que ve un cuerpo, si está vivo, habla con él y si se puede levantar le explica que vaya con ellos. Iban por el medio de la carretera, la cera estaba llena de cascotes, cristales…
De vez en cuando Lucía miraba hacia atrás. Cada vez se sumaban más personas en busca de ayuda. Cada vez era menos irrespirable el ambiente.
— La gente está muy cansada, vamos a parar un rato. Tenemos que buscar agua, seguro que en alguno de esos locales tienen víveres, ahora vuelvo—señaló Lucia hacia los locales que habían a lo largo
de la calle.
Lucía se dirigió hacia uno de los edificios que aún quedaban en pie. La tienda parecía un supermercado chino, el cartel rezaba Bazar Yum.
El suelo estaba lleno de cristales y de objetos caídos de las estanterías. Había botellas de agua desperdigadas por el suelo. Cogió unas cuantas bolsas para llenarlas. Se dio la vuelta al oír pisadas, les iba a decir que ayudasen, pero se sorprendió. Eran dos hombres desaliñados, sus caras no estaban quemadas. Llevaban el cuello lleno de cadenas de oro y sus manos repletas de anillos. El más grande de los dos era bizco.
— Estas robando sucia costrosa, te vamos a dar unos azotes por ser tan mala. Farfulló el tipo bizco.
Llevaban  escopetas. Lucía comenzó a temblar. Agarró con fuerza las bolsas con las botellas. Por si tenía que defenderse. Los dos tipos se acercaban lentamente hacia ella.
— Hola amigos hay agua para todos, podemos compartirla…
— Vosotras tenéis la culpa de todo, nos traéis al mundo, para sufrir. Tenéis que pagar por los pecados que habéis cometido—el bizco seguía acercándose.
Lucía no veía con buena pinta la situación, les lanzó las botellas, al más pequeño le dio de lleno y cayó al suelo. Pero el bizco las esquivó cayendo encima de ella y tirándola al suelo.
Olía a rancio, a vino picado, sacó su asquerosa lengua blanca y la pasó por el cuello de Lucía.
— Cabrón, déjame en paz —se revolvía debajo de él intentando zafarse.
Pesaba mucho, le estaba empezando a faltar la respiración. La tenia agarrada por el cuello mientras con la otra mano le tiró de la blusa arrancándosela de cuajo.
—Tienes la piel suave de un bebé, hoy estas de suerte, te voy a hacer una mujer.


6


Mientras, fuera Daniel Está nervioso, ella está tardando demasiado.
— ¿Alguien ha visto donde ha entrado Lucía? Tenemos que ir a ver si está bien—chilló Daniel para que todos le oyeran.
— La he visto entrar ahí, en ese local chino.
— Bien, no veo, necesito que me acompañe alguien.
Se levantaron varios y se acercaron al local. Entraron en la pequeña estancia, estaba poco iluminada, el suelo estaba lleno de trastos, la luz que entraba por los ventanales era escasa, había haces de luz a través de ellos se veía  pequeñas partículas de  polvo en suspensión. Entraron despacio.
—Lucía, ¿estás aquí?—chilló Daniel.
No se oía nada, el Bizco le había tapado la boca, ella le pegó un bocado en la mano con todas sus fuerzas.
— ¡Me cago en la hostia!, zorra asquerosa. Te vas a enterar.
Le arreo un guantazo que la dejó cao.
— ¡Suelta a la chica! ¡Vamos!
— Quietos u os meto un plomo entre ceja y ceja—vociferó el bizco—Vaya peluco que tiene el señorito. ¡Es un Rolex! Ya te lo estás quitando—dijo apuntándole con el arma a Daniel.
— Tranquilo, te lo doy pero a cambio suelta a la chica. Esto vale mucho dinero. Podéis compraros muchas chicas, mil veces mejor que esta. ¿Hacemos trato?
— No estás en disposición de hacer ningún trato. ¿No has visto que yo tengo el arma? Trae acá.
En ese momento comenzaron a entrar en la tienda las personas que acompañaban a Lucia y Daniel. Fueron entrando hasta llenar la tienda.
— No os acerquéis a nosotros apestosos— amenazaban los dos vándalos con las pistolas—Vámonos loco, antes de que nos  peguen la enfermedad costrosa que tienen.

Salieron de la tienda pegando empujones. Levantan del suelo a Lucía, se queja, está dolorida.
— Te han herido, ¿te encuentras bien?—pregunta al aire Daniel.
— Si, gracias por venir a todos, creía que no salía de ésta.
Miran todos en dirección a los ventanales, ven alejarse a los dos.
— Vamos a coger las botellas de agua, la gente está sedienta—estira Daniel la mano señalando el suelo
— Qué dolor, me ha dejado hecha polvo. ¡Maldito hijo de su madre! Esto es una desgracia detrás de otra. ¡Jesús!
Miró alrededor suyo, era muy impactante, triste, ver a todas estas personas heridas, quemadas, hinchadas... Cientos de blancos ojos en cuerpos doloridos. Imágenes que quedarán grabadas a fuego.


7


Siguen camino después de un descanso, la gente estaba agotada pero siguen adelante, no pueden ser ellos menos, piensa Lucía. Van camino de su ex casa, está muy cerca del hospital. En el camino van cayendo, volveremos por vosotros les dice.
—La mayoría de las casas están casi en pie. Seguro que estará bien. Ya queda poco para llegar, detrás de esos palos que antes eran árboles. Está la casa. No, no, no puede ser.
— ¿Qué pasa dime?—le agarra Daniel de la mano.
— La casa no está ¡Dios mío! Esto no puede ser. Sólo quedan escombros.
Sale corriendo hacia los restos de la casa y cae de rodillas frente a ella. Lágrimas duras de salir. Está seca de tanta desolación, de tanto sufrimiento suyo, de ellos…
— Allí estaba su habitación, aquello era el patio. Tenía un castillo donde se tiraba las horas muertas…y ahora no hay nada—Ahora sí, llora desconsolada.
— Tranquilízate, puede que no estuviera en la casa— Dice sin mucha convicción Daniel.
— ¡El hospital! Tiene que estar allí, con su padre. ¡Vamos tenemos que ir allí!
Caminan hacia el hospital. Ya no pueden con su alma, muchos quedan por el camino.
El edificio ha sigue en pie, los cristales de las ventanas no están. María estaba descansando asomada a la ventana del hospital. Llevaba trabajando de médico veinte años y nunca había visto nada así. La gente llegaba con quemaduras de segundo y tercer grado. La mayoría moribundos. Estaba contando los cuerpos que había por el suelo cuando vio a lo lejos un montón de gente que se acercaba, iban en fila de a uno y andaban muy lentamente.
No podía apartar los ojos de la visión que estaba pasando ante ella.
—Luis, Sandra, Ana. ¡Corred venid a ver esto, son supervivientes! Tenemos que bajar a ayudarlos—una de las médicas avisa a los demás.
—No sé dónde vamos  a  meterlos.
—Habrá que improvisar ¡Vamos!
Abajo en la puerta del hospital…
— ¡Está en pie! ¡Venga compañeros ya hemos llegado! Aquí nos ayudaran, id pasando por favor—Lucia se acerca a las personas y les señala la entrada.
— No me dejes solo, quiero ir contigo—
— No te preocupes, no te voy a perder la pista. Tenemos que buscar a Juan, seguro que mi pequeño estará con él. Dame tu mano Daniel.


8


Entraron en el hospital, los heridos se amontonaban por el suelo en camillas improvisadas, estaban quemados como ellos. Algunos no se les distinguía, habían perdido su forma humana. Era una visión terrible. Lucia buscaba algún médico o enfermera para preguntar por Juan.
—Perdone ¿Ha visto al doctor Bosco?—preguntó Lucia a una enfermera
—No sé, esto es una locura, quizá en el quirófano.
— Gracias. Vamos Daniel, dame la mano, cuidado hay gente por el suelo, te guio.
En ese momento las paredes comenzaron a temblar, el edificio se tambaleó y todos rodaron por el suelo, ellos cayeron entre unas camillas.
— ¿No van a acabar las desgracias? ¿Lucia dónde estás? Esta oscuridad me va a matar.
— ¡Dios! Qué dolor, me he clavado algo en la pierna. ¡Mierda, joder, ostias!
— ¿Es grave? ¿Puedes andar?—tantea a Lucia y le agarra la mano
— No puedo, no puedo. Esto es imposible—está sentada en el suelo agarrándose la pierna. La sangre chorrea hasta el suelo—Parece que me haya mirado un tuerto.
— Vamos Lucia, tu eres nuestra heroína, nos has traído hasta aquí. Ahora no te puedes derrumbar, detrás de alguna de estas puertas está Bruno.
—Tienes razón—respira hondo— Necesito algo para parar la hemorragia. Estoy empezando a sentirme mareada.
— Coge la manga de mi camisa—le ofrece el brazo.
Arranca la manga, se fija en lo musculado y bronceado que lo tiene. Suspira y se hace un torniquete.
— Sigamos, hasta los quirófanos.
— ¿Conoces el lugar?
— Si, trabajé aquí. Cuando me separé pedí el traslado. Para no tener los cuernos cerca…
— Vaya, lo siento—sin querer una ligera sonrisa aparece en su rostro.
— No te preocupes, fue lo mejor que pudo pasar. Aparté a todas las personas tóxicas de mi vida.
Llegan a quirófanos. Lucía abre una puerta, hay unos cuantos médicos en la sala.
Lucía. Hola, Paul, Miguel. Cuanto tiempo. ¿Sabéis dónde está Juan?


9


— ¡Lucía estas quemada y sangrando! Ven que te curemos y tú amigo también.
— Primero debo encontrar a Juan, para saber si mi hijo está bien.
— Sí, estaba con Bruno. Hace sobre una hora estaba en el quirófano 4.
— Gracias chicos, luego vuelvo. ¡Vamos Dani¡
—Oiga, no puede pasar a quirófano, deben esperar fuera a que les atiendan —una enfermera intenta retenerlos.
— Estoy buscando al Dr. Bosco, soy su ex mujer. Tengo que pasar, mi hijo está con él.
— Espere voy a buscarlo.
— Tienes el pelo color fuego, no esperaba menos—le roza con la mano el cabello ensortijado a Lucia.
— ¿Qué dices? —le mira con los ojos muy abiertos.
— Que tienes un pelo precioso ¡Qué veo! ¡Borroso, pero veo! Estas desangrándote. ¡Menudo charco de sangre  estás haciendo!
El ex  sale por la puerta con Bruno. Sale Lucía en busca de su niño, se abrazan.
La sensación de ahogo en el corazón desapareció. Al ver a mi hijo todo encajó, mi vida estaba completa. Tanto tiempo buscando algo que me completase. Y lo tenía delante de mis narices. No sabemos lo que tenemos hasta que creemos perderlo.
— Estas quemada y pierdes mucha sangre, pasa que te curemos y tu amigo también—apremió Juan a los dos—cogiendo a Lucia por el brazo.
—Mamá te he echado mucho de menos. Tienes mucha sangre. ¿Te vas a morir? —Bruno la miraba con miedo.
— No cariño, ahora me cura papá. No te preocupes.
— ¿Mama sabes lo que ha pasado? Ha sido una bomba muy, muy grande.


10


Lucía lleva a la azotea a Bruno y Daniel, para dejar el dolor y muerte a un lado. El ascensor los deja en la misma azotea. Bruno no salía de su asombro, los columpios eran ahora unos hierros retorcidos. En su cara decepción.
Huele a goma quemada. A cuerpos en descomposición. El cielo cae sobre ellos, pesado, gris, opresor. Se acercaron a mirar desde el borde de la terraza. Era  una imagen desoladora,  terrorífica. Edificios destruidos y humeantes como si todavía viviese alguien allí y estuviese cocinando. Cuerpos abandonados ya sin dueños.
—Es terrible, toda una vida destrozada en un segundo— lucia abraza con fuerza a su hijo y alarga la mano para coger la de Daniel—Juan ha oído por radio que todavía no estamos seguros. Hay más amenazas…
En el horizonte una gigantesca explosión ilumina sus rostros y un viento más que cálido acaricia sus cabellos como despidiéndose de ellos.
—Si existe otra vida después, espero encontrarte allí—aprieta fuertemente la mano de Daniel.
— Seguro que sí.

Comentarios

  1. Muchas gracias Alex, es la vida misma. Alguien tiene que retratarla.

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  2. Resaltas cada momento con detalle, lo que hace sentir la historia como propia.
    Relato duro, pero con ese toque tierno... que a su vez lo hace maravilloso.
    No dejes de escribir...

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    Respuestas
    1. Muchas gracias. Estas cosas me dicen que siga escribiendo.

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