El mayordomo no es el asesino.


                                                                                                 


La cabeza cayó sobre el plato de sopa, todavía humeaba. Su olor era delicioso, a ricos y caros mariscos.

Los comensales quedaron paralizados, nadie se movió. El mayordomo entró por la puerta y corrió con delicadeza hacia el Señorito Martín. Levantó su cabeza del plato y con sumo cuidado, limpió su cara imberbe. Le tomó el pulso.

—Muerto, el señorito ha fallecido.

Fue lo único que dijo, le dejó colocado en la silla, limpió su chaqueta y salió cabizbajo de la habitación. En la estancia cuatro personas. Un ambiente de indiferencia flotaba en la sala. Todos concentrados en sus móviles.

—¡No hay cobertura!, qué raro emitió un graznido Laura, hermana de Martín. Habrá que ir a buscar a la policía.

—De aquí no se mueve nadie—el padre dio un fuerte golpe en la mesa, posando la mirada en ellos.

—Ha podido ser muerte natural ¿no? —argumentó el hermano gemelo de Martín.

—Ha tomado una cucharada y su cara se ha descompuesto, ha cambiado de color. ¡Ha sido envenenado! —dijo Paula, la mujer de Martín— se levantó y apoyando las dos manos en la mesa—Está bien. Yo, ya no le quería. Pero de ahí a matarlo va un mundo. Marcos, tú eres ahora el heredero. Tienes todas las papeletas. Marcos la mira indignado.

— ¡Eres una zorra pérfida! Era mi hermano, trabajábamos codo con codo. ¿Cómo puedes decir eso? Laura es la rencorosa, desde que papá la sacó de la empresa está amargada.

Un golpe fuerte y la luz se fue, quedando la habitación a oscuras. Un grito se oyó. Volvió la luz. La silla de Paula tirada en el suelo fue lo único que quedó de ella.

— ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Paula?

—¡Qué más da! no perdemos nada con su desaparición—sonrió Marcos.

— ¡Sois todos unos hipócritas! ¡Y unos lameculos! Soy la única que en realidad merece algo. Cuido de papá, me encargo de la casa y nadie me lo agradece. Me voy a buscar a la policía, no se os ocurra moveros de aquí. — dijo en voz alta Laura.

Otro golpe fuerte y quedaron en total oscuridad. Se oían susurros. Se volvió a hacer la luz.

Fue Laura la que desapareció. Marcos y su padre estaban perplejos, se habían levantado y se movían nerviosos alrededor del muerto.

—Vamos a dejar las cosas claras — dijo el padre—la verdad es que Martín dejaba mucho que desear a la hora de dirigir la empresa. Tenía pensado hacer cambios…

Se quedó pensativo mirando con tristeza a Martín.

—Pero papá… ¿Cuándo pensabas decirlo? — Le miraba asombrado Marcos.

—¡Estoy hasta las narices de todos vosotros! Sois un grano pegado a mi trasero. Vagos sin afán de superación. ¡No servís ni para dirigir un paso de cebra! Y…el único que podía hacer algo por la empresa…va y se lía con el mayordomo. ¡Mira que hay mujeres!

El padre se derrumba, se sienta en la silla y entre sollozos…

—Le estaba envenenando poco a poco…no podía verlos juntos, me supera, me supera.

Marcos miraba con tristeza y repugnancia a su padre. Entró el mayordomo y sirvió agua al padre. Cogió el vaso y se lo bebió de un sorbo.

Martín abrió los ojos y despacio se levantó de su corta muerte. Se acercó a su padre, el cual estaba ensimismado en sus pensamientos.

—¡Dios, que susto hijo creía que…!

—Lo sé papá. Sabíamos que alguien me estaba envenenando poco a poco, me encontraba mal y fui al médico.

Tenía que averiguar quien era y…tengo que decirte que me has defraudado.

—Lo siento, entiéndeme…

—Espero que descanses en el infierno, padre.

La cabeza del padre cayó sobre el plato de sopa…

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