El sino.
El
frasco de veneno cae de su mano, haciéndose mil pedazos. Recorre su garganta
buscando el sitio perfecto para terminar con su vida.
Lágrimas
de agradecimiento ruedan por su bello rostro, acaba todo, es el fin.
Desde
la escalera se ve el gran reloj que preside el pomposo salón, son las doce de
la mañana.
Recuerdo
aquel baile, ahora todavía se mueven mis pies al ritmo de esa música, La oigo, es
tan sensual...Con él he aprendido a bailar el tango, mi vida con él, mi vida sin
él.
Sus
suaves manos, su roce con mi cuerpo, su exótico olor. La alianza es suya,
cuelga de mi cuello desde entonces.
—
¡Sí, soy viuda! ¿No merezco una segunda oportunidad?—Grito a la enorme casa.
Ahora vacía y muerta en vida, como ella.
Pero
ellos no lo vieron bien, no entraba dentro de sus reglas. ¡Él, es mi talismán!—suplico
para que no se lo lleven, me mira y sonríe.
—Siempre
contigo, mi bella dama—Él, desaparece por la puerta, escoltado por cuatro
soldados.
Se
lo llevan y no va a volver. No me han dejado ir a llorarle, enterrado en una
tumba sin nombre, con un montón de desgraciados más.
Caigo
al suelo de rodillas. Comienza a hacer efecto. Cerca de mí, un pequeño roedor
me mira mientras come una naranja rancia a pequeños mordiscos.
Qué
vida más sencilla, la del roedor. Y que feliz se le ve con tan poco. ¡Quien
fuera roedor! para desaparecer entre las paredes con tu amado y gozar de
amores.
El
suelo está frio, estoy tranquila. Me he puesto mi mejor vestido. Tengo tanta
sed, pero no me puedo levantar, mi cuerpo ya no reacciona. Mi garganta arde,
cierro los ojos…
Sigo
la luz. Hay personas a lo lejos, no distingo sus caras. Noto el calor, el
cariño, el amor. Todas las cosas que no me permiten en vida, las tengo aquí. Ya
le veo, mi corazón ya muerto, late con fuerza por ese hombre.
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